El uso de los catálogos en Antropología
Ejemplos
En aras de mostrar la importancia que tiene el catálogo como género de la investigación antropológica ejemplificaré muy brevemente su uso en esta disciplina científica con algunos casos que me parecen ilustrativos, seleccionados de ese amplio universo existente en la biblioteca Juan Comas, aunque para ello tenga que dejar de lado cientos de importantes trabajos que constituyen tan rica producción, ya que no es el propósito del presente preámbulo establecer un análisis profundo sobre el tema.
Así tenemos, por ejemplo, que
en arqueología son comunes los catálogos de objetos, sitios, monumentos, entierros o tumbas, como el publicado por Beatriz Braniff y César Quijada (1977) quienes explican en su introducción los antecedentes de los sitios, las razones por las cuales elaboraron el catálogo y el método de clasificación que emplearon; el cual, por cierto, fue el diseñado por el Museo de Arizona, en Estados Unidos.
Otro ejemplo de catalogación en arqueología es el producido por María Teresa Cabrero (1997), que presenta no sólo un conjunto ordenado de piezas de las tumbas de tiro del Cañón de Bolaños, sino que en su introducción explica cuáles son sus antecedentes, qué es la tumba de tiro, dónde se localiza geográficamente, cuál es el contenido y distribución de las tumbas, una descripción del estilo decorativo de las figurillas e hipótesis sobre el significado de las decoraciones y qué importancia tiene dicho catálogo para la arqueología del occidente de México.
Quizás los catálogos más frecuentes sean los de historia, entre los que encontramos hemerográficos, de archivos y expedientes, de códices, fondos y acervos de varios tipos, como el de Miguel León Portilla y Salvador Mateos Higuera (1957). Dichos autores publicaron un catálogo sobre códices indígenas porque la información era de difícil acceso, pues se encontraba esparcida por todas las bibliotecas y museos de América y Europa. A partir de esta publicación los interesados y especialistas en códices seguramente han podido establecer interpretaciones más profundas avanzando con mayor rapidez en sus investigaciones.
También son buen ejemplo los importantes trabajos de Eugenia Meyer (1974) y Alicia Olivera de Bonfil (1975). Las investigadoras publicaron sus respectivos catálogos como parte del Programa de Historia Oral que se desarrollaba en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y en donde, además de explicar los antecedentes del proyecto, el objetivo del mismo y la forma en que se recopiló la información, nos dan a conocer una riquísima fuente de primera mano, como pocas en su tipo: una serie de entrevistas hechas a los más antiguos testigos de la revolución de 1910.
Otro de los interesantes materiales de este tipo, dentro de la disciplina de la historia, es el de Zazil Sandoval Aguilar (1991), acerca de manuscritos en lenguas indígenas. Allí el autor señala el origen de las fuentes catalogadas, describe su contenido en términos generales, desarrolla paso a paso la manera en que procedió a realizar este trabajo, cuáles son los campos en los que se clasificó la información y la importancia que tiene este libro para la investigación antropológica.
O bien, la excelente obra de Antonio Escobar Ohmstede y Teresa Rojas Rabiela (1992). Ellos catalogaron un conjunto muy amplio de notas periodísticas sobre indígenas, publicadas por la prensa capitalina del siglo XIX. En las introducciones a cada uno de los tres volúmenes que comprenden la obra, los autores explican sus objetivos, antecedentes, forma en que se recogió y clasificó la información, y desarrollan con brevedad algunos temas surgidos del análisis de los datos, los cuales apoyan al lector en el manejo de cada libro. Este es, quizás, uno de los grandes catálogos de la antropología.
Pero también los hay en antropología física, como el de María Elena Salas Cuesta y Mari Carmen Serra Puche (1970). En su trabajo titulado Nomencladores. Catálogo de material óseo en la bodega de antropología física tuvieron como objetivo actualizar la forma en que estaban organizadas las fichas descriptivas de los huesos de la bodega de antropología física, rehaciendo los campos de clasificación y basándose en las descripciones que los investigadores habían hecho previamente a los objetos. Luego, explican campo por campo su sistema de catalogación.
Por su parte, entre algunos investigadores de etnología y antropología social encontramos libros de este género en María Teresa Sepúlveda Herrera (1982). Ella cataloga un conjunto de máscaras del estado de Guerrero el cual es descrito hábilmente en su introducción donde anota además para qué, por qué y cómo se hizo el catálogo parte por parte, la importancia que tienen las máscaras en la cultura india, su función en las diferentes épocas (prehispánica, colonial y actual), el contexto de estos objetos en el estado de Guerrero y el papel de los artesanos actuales, sus materiales y sus técnicas.
Mientras que Marlene Aguayo, Sara Molinari, Rosa María Garza y Enrique Pérez Leal (1974) publican un catálogo sobre el Fondo Weitlaner elaborado especialmente para uso de los investigadores, en el que incluyen una muy breve descripción del contenido de dicho fondo. Por su parte, Thomas Stanford (1968) reúne un grupo muy importante de material musical grabado, ya que el material no era accesible a todo público, en su Catálogo de grabaciones del laboratorio de sonido del Museo Nacional de Antropología.
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